ABRIL
3/04/2012
“He was the
sun shining upon the tomb of your hopes and dreams, so frail…”
He regresado al comienzo… literalmente. Ya es abril otra vez
y es hora de la retrospectiva, esté lista o no. Es hora de mirar atrás y asumir
que estoy parada en el mismo punto, ahora me pregunto si alguna vez me moví.
Una vez más me cuestiono en qué momento comenzó todo y no me
refiero precisamente a los hechos, sino a mi decisión de escribirlos aquí.
Primero surgió de la necesidad de expresar lo que sentía, pero a partir de cómo
se acomodaron los sucesos esta especie de diario se convirtió en una bitácora
del intento de un experimento.
Ahora veo que la razón fundamental por la que he escrito
todo esto es para tener algo así como un respaldo de mis recuerdos, algo que me
pruebe que efectivamente sucedieron, pues no acabo de creerme esta aventura.
Hoy siento el final cerca y por eso es tiempo de comparar y
recapacitar, algo tuve que haber aprendido de mi arduo intento de tocar fondo y
destruirme desde adentro para no volver a sentir… o no.
Algún sentido debió tener todo esto, pero no logro armar
bien las piezas ni recapitular mis vivencias. Tal vez me he aferrado demasiado
al pasado y aunque no sé bien por qué, sé que en algo he cambiado.
Mi historia no empezó en abril del año pasado, mi tristeza
tiene años y ahora comprendo que desde siempre los hombres me han dado miedo.
No hay nada a lo que le tenga más pavor que a ellos, por eso los odio, le temo
a lo que no comprendo y odio lo que no puede amarme.
Recuerdo a varios y con todos ha sido lo mismo, tengo muchas
historias patéticas que contar y que me avergüenzan y me hacen sentirme
despreciable. Debí saber desde siempre que todo esto se basa en acciones
inversas, el nivel de afecto y el nivel de indiferencia deben ser directamente
proporcionales para que las cosas funcionen.
En toda mi vida nunca nadie me ha querido, no importa cuánto
me esfuerce, nunca he sido correspondida. La gente habla de decepciones y se
jacta de tener una verdadera razón para estar triste, se olvidan de la
posibilidad de una decepción prematura ante la ausencia de al menos una
experiencia a pesar de lo mala que ésta pueda ser.
Por eso yo busqué una experiencia, fuera la que fuera.
Necesitaba que alguien o algo me arrebatara esa cosa de la que no me podía
deshacer yo sola. No sabría definir bien eso, sólo sé que quería que algo
sucediera, tenía que enfrentarme a la bestia más feroz para que saliera mi lado
animal y eso sólo sería posible dejando de lado la ingenuidad… o ¿no será que
la ingenuidad fue lo que me hizo dar el primer paso?
Me dejé devorar a propósito y con un fin muy claro, acabar
con mi lado más blando, pero irónicamente ese lado resultó ser más resistente
de lo que pensé. A pesar de todo no he perdido la fe y ahora me
pregunto si alguna vez realmente desee perderla.
De repente me vienen pensamientos muy extraños, intento
ubicar de donde surgieron mis miedos pero no lo recuerdo. Lo único que sé es
que desde el momento de mis más inocentes muestras de afecto, desde que sentí
el amor más infantil, he sido rechazada.
Recuerdo que una vez (en el kínder) abracé a un niño que me
gustaba y él me empujó al instante, como si yo lo estuviera atacando al hacer
eso. Cuando lo solté, su mirada fue tan fría, era como si me odiara por haberlo
abrazado. Debí saber desde entonces que hay algo extraño en mí que me hace
despreciable para ellos. Pero… ¿qué es?
Ahora que lo pienso, tengo otra experiencia peor con los
abrazos. Ese recuerdo infantil fue el de un abrazo a la fuerza, pero existen
otro tipo de abrazos a la fuerza. Cuando estaba en la prepa una vez le dije a
un tipo que me gustaba y como siempre, no fui correspondida. Sin embargo, se
tomó la molestia de enumerar sus razones para no quererme en lugar de sólo
soltarme una mirada fría y empujarme.
Fue lo suficientemente “caballero” para asumirse a sí mismo
como una persona confundida que necesitaba tiempo y sólo le interesaba como una
amiga más. Después me abrazó y sé muy bien que ese también fue un abrazo a la
fuerza.
Hubiera preferido que no me hubiera puesto un dedo encima
porque su abrazo fue como el de un pésame en un velorio. Sus brazos me decían:
“Siento mucho la muerte de tu ilusión.” Sentí algo horrible, yo misma lo solté
al instante, su sensación de lástima me empujó.
En otra ocasión se me ocurrió la gran idea de abrazar a
Aldo, fue un día de mi cumpleaños, otro día de abril, creo que fue cuando
cumplí 20 o tal vez el año pasado cuando empecé a escribir esto y casi tuve que
rogarle a “la reina” que viniera a celebrar mi cumpleaños.
Ese día íbamos saliendo de un bar y todos estábamos un poco
mal, recuerdo que nos sentamos en una banquita cerca de un kiosko con la
esperanza de que se nos bajara. Todos estábamos ahí, pero nadie se percató del
momento en que lo abracé y me dijo: “Suéltame, no quiero miel en mi vida.” No
le respondí, a pesar de que estaba ebria y tenía derecho de hacer algo
estúpido, sólo me alejé, como si me hubiera asustado por lo que escuché. Dentro
de mí una parte gritó: “¿No quieres miel? ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Pues
AMARGATE!!!!!!!!!!!!!!!”
Y bueno, la última vez que intenté abrazar a un hombre fue estando
desnuda en la cama de un cuarto de hotel. Viéndolo bien, en este aspecto las
cosas sí han cambiado mucho, porque él nunca me ha dicho que lo suelte, ni me
ha empujado, ni me ha abrazado sólo por compromiso moral. Él simplemente se
deja abrazar sin abrazarme de vuelta y luego se levanta para vestirse. A veces
me duele sentirlo un tanto indiferente, pero luego recuerdo que alguna vez dije
que sólo deseaba a alguien que se dejara querer y él se deja querer aunque no
me quiera.
Tal vez suene estúpido, pero me reconforta pensar que todos
esos idiotas que alguna vez me han despreciado son NADA comparados con Arturo.
Ninguno de ellos era realmente guapo, la razón por la que me atraían era por su
forma de ser, la cual ni siquiera era tan sobresaliente ni interesante ni
especial.
Siento como si ellos hubieran querido darse su categoría de
galanes irresistibles despreciándome para alimentar su estúpido ego y me
encanta pensar que ellos no son lo que piensan y en realidad no se han llevado
nada de mí.
En cambio, Arturo es un sueño, tanto que continúo sin
creérmelo aunque ya haya despertado. Y como todos mis sueños, me cuesta trabajo
recordarlo, sólo me queda la sensación de que lo soñé.
Fue el sueño de un amor platónico realizado, algo imposible.
Él sí es verdaderamente irresistible, pero jamás pensé que fuera a usar su
encanto conmigo. Él a diferencia de los demás sí me ha dado algo y ha recibido
de mí algo que ya nadie podrá tener.
Eso también me alegra, le he dado lo que la sociedad y la
cultura más valoran de una mujer sólo porque sí, porque quise, porque pude,
porque me dieron ganas. Se lo di al primero
que llegó, al que a primera vista es el peor de todos y por eso mismo es el
mejor de todos. El más experimentado, el más peligroso, el más digno de ser mi
verdugo.
Él se apareció justo cuando más necesitaba de algo que me
introdujera a ese mundo, me ayudó a escapar, me salvó. Es mi forma de
restregarles a todos que no me importan sus estúpidas reglas de cortejo, ni su
psicología inversa y su manipulación. Es mi forma de demostrarles a todos que
mi cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que yo quiera. Es mi forma de
escupirles en la cara a todos los que me han despreciado y de gritarles que
nunca han tenido un pedazo de mí.
Él rompió con mi mala racha y me enseñó que las mejores
cosas pueden suceder así, inesperadamente, el punto es sólo dejarse llevar: “ir
a donde el viento nos lleve…” y así me arrastró fuera de todo lo que quería
olvidar. Él será más que un recuerdo, él es el inicio.
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