domingo, 2 de diciembre de 2012

EL INICIO



AGOSTO
2/08/2011
Cuando la desesperación llega a su apogeo dan muchas ganas de lanzarse al vacío con la última esperanza de tocar fondo en algún momento. Esto lo sé por Héctor.
La caída podría parecer eterna, pero en cuanto se tiene la noción de que no se puede caer más bajo el miedo muere porque se sabe que ya no queda nada que perder. Esto lo sé por Aldo… y es justo lo que yo estoy buscando.
Matar la sensibilidad, matar la esperanza, matar el miedo al fin. Jamás encontraré lo que busco, simplemente no es posible, así que ¿qué diablos estoy esperando para lanzarme al vacío? Sólo quienes tocan fondo pueden volver a nacer. Sin embargo, aun me queda la esperanza de al menos morir de verdad.
Tengo la esperanza de que algún día mi esperanza muera: esa es la verdadera muerte.
Siempre me cuidé de justo de este “él”, si no sabía todo, al menos sí lo necesario para verlo como alguien peligroso. Después ella me dio más información, la suficiente como para saber que con él todo se trata de un juego, un reto, pura seducción.
Un seductor… esa figura siniestra de la que he huido durante tanto tiempo y ahora buscaba con ansías para que fuera mi verdugo. 
Él llegó a mí y yo llegué a él a partir de una extraña casualidad que aparenta ser un destino, ¿o será un destino que aparenta ser una casualidad? No lo sé, ya no me importa, es igual. Lo que me interesa es que esta vez realmente sucedió algo que me ha acercado a la muerte. No me han ahorcado, pero al fin yo misma me he atrevido a ponerme la soga al cuello.
Existe la posibilidad de que todo esto sea una trampa que yo misma me he puesto. Apenas acabo de lanzarme al vacío. Muchos me llevan la delantera, aunque empiezo a pensar que mi espera sí ha valido la pena. La observación me ha ayudado a calcular mejor mis movimientos… ya casi puedo predecir el futuro, ya siento a la verdadera muerte cerca.
Una parte de mi trató de alejarse de él, temí que las grietas de mi corazón se volvieran a abrir y lo hicieran añicos. Afortunadamente logré engañarme y sentí que ya no había lugar para más heridas. El dolor había llegado a su punto máximo, ahora nada podría hacerme sufrir, mucho menos él.
¿Quién podría enamorarse de su verdugo? (o de quien al menos pretende serlo) Bueno, acepto que el “síndrome de Estocolmo” es un mecanismo de defensa, pero creo que la “identificación con el agresor temido” no es lo mío. El tiempo dirá si todo esto es un autoengaño.
La inquisidora idea del “plato de segunda mesa” fue el motivo que más me hizo resistirme, pero supongo que como en todo, siempre se empieza desde abajo… además, en realidad no creo que él tenga un plato de primera mesa. Él no es de esos que buscan el amor, él busca la inmortalidad… y yo la muerte con la tonta esperanza de vida eterna.
Las primeras veces que me vi tentada me negué, sabía que fuera lo que fuera iba a terminar mal. Sin embargo él insistió, a pesar de que no sólo me alejé sino que intenté incomodarlo para que él mismo se alejara de mí. Intenté hacerlo dudar sobre su apuesta, hacerlo pensar que no valdría la pena jugar conmigo, que no sería divertido… pero él insistió.
Debo aceptar que la mayoría de las veces ni siquiera necesito pensar en qué hacer para que los hombres se alejen de mí (puesto que lo hacen por sí solos). Es por esto que me intrigó tanto que un seductor como él se interesara precisamente en mí.
Yo: la eterna histérica, la inexperta, la mujer que no sabe ser mujer… de alguna manera todos mis rasgos anti-seductores conjuraron un extraño encanto que se convirtió en un desafío para él, fue así como comenzó el juego. No sé quién empezó, no importa, ya no quiero que importe nada.
Esa noche que estuve a solas con él por primera vez descubrí que hay algo mágico en la superficialidad de las personas, le da más profundidad a lo profundo, prolonga el camino del pozo que parece sin fondo. La línea que divide la verdad de las mentiras cada vez se hace más delgada, la cara se funde con la máscara… ¿quién es él?, ¿su imagen? Su rostro es una hoja en blanco donde mi imaginación puede desbordarse.
Hubo momentos en que lo desconocía y sentía miedo, pero luego lo reconocía casi como si fuera una creación mía… un personaje de algún sueño. A veces miraba a un completo extraño y otras miraba a un espejo que asentiría o negaría algo sólo si yo lo hacía. Haría lo mismo que yo, pero en sentido contrario.
Sabía que su atención no era toda mía, sin embargo sentía como si lo fuera. Sabía cuáles eran sus intenciones, pero de pronto sentí que eran las mismas que las mías. Comencé a sentir los placeres del hermoso engaño, a pesar de estar consciente de éste.
No hay mejor trampa que la que puede revertirse contra uno mismo (de hecho, creo que eso puede suceder con todas las trampas). Aquí estamos el que seduce sin tregua a la otra para no caer él mismo en la seducción y la que hace como si estuviera seducida pensando que así podrá engañar a la seducción misma. Él y yo jugando a jugar, el primer paso para realmente caer al vacío.
Cuando él tomó mi mano y sentí su calidez fue cuando me di cuenta de que ya había caído en mi propia trampa ¿a quién quiero engañar? La ilusión de la trampa fue la que me liberó del miedo, por eso no temí expresarme y me dejé llevar. “Todo esto es ficción”, me dije para alentarme. “Nada de lo que suceda será de verdad”, el miedo era fingido, no era real. Hasta que despierte sabré que fingí que fingía.
Caminamos de la mano, sin rumbo, en la obscuridad de las calles y cada vez más deprisa. Sentí la emoción de precipitarme al vacío, ¡al fin estaba cayendo!, ¡al fin me dejé caer! Él me preguntó: “¿a dónde quieres ir ahora?” yo sólo le decía que no sabía, no quería contestar, tenía que seguir el rumbo de la trampa. Por dentro yo sí sabía y sabía que él también, incluso supe entonces que él sabía que yo sabía y quería que fuera yo misma quien le pidiera llegar hasta el fondo del precipicio, pero ese no sería el crimen perfecto.
De pronto nos paramos, la caída se congelo, era su prueba para verificar que yo sabía que estaba cayendo y que deseaba hacerlo. Él me besó.
Cuando lo sentí acercarse, por impulso me alejé, pero pronto caí, sentí que eso era lo que había deseado todo ese día, incluso tal vez todo este tiempo. Me paralicé, ¡no podía creer que en verdad eso estuviera sucediendo! Sólo sentí su lengua y empecé a saborear el momento, cerré mis ojos. Sé que él sabía lo que hacía aunque yo no entendía nada, ya no podía pensar, ahora sí estaba cayendo de verdad.
No sé cómo ni en qué momento, pero mis manos ya estaban rodeando su cuello y sentí cómo las suyas me rodeaban por la cintura y me acercaban más a él. ¡Fue delicioso! Sentí que duró siglos, pero aun así yo quería más, sentí que podía quedarme así para siempre. Nunca pensé que un beso fuera así, no creo que haya quien supere esto, precisamente por esto me puse en las manos de un peligroso experto.
No creo que el primer beso de la mayoría de la gente haya sido tan genial como el mío. Debe ser horrible que esto suceda entre dos inexpertos, me imagino la incomodidad en cada instante de un beso entre quinceañeros (o gente aun más puberta).
Sí, tengo 21 años y acabo de vivir (y revivir) mi primer beso, pero no me arrepiento de nada. Ahora puedo decir con orgullo que valió la pena tanta espera, porque ese instante sí fue memorable. Mis respetos al caballero: “el seductor de mis pesadillas”.
La verdad su beso fue tan perfecto que sentí mucha vergüenza al pensar que él pudiera darse cuenta de que era mi primer beso. Yo soy una novata y él todo un maestro… y sí, sigo cayendo al precipicio, cada vez más abajo.
“Ahora, ¿qué se nos ocurre?” me preguntó él con los ojos aun cerrados, yo no sabía qué decir, sólo se me ocurrió abrazarlo. Él me volvió a tomar de la mano y me dijo: “ya sé, ¿quieres ir a un lugar donde podamos estar los dos solitos sin que nadie nos moleste?” Sin pensarlo le dije que sí, fue después cuando empecé a reflexionar qué lugar podría ser ese.
Retomamos el ritmo de la caída por las calles solitarias y obscuras, ahora sí sentí miedo, no estaba lista para el sacrificio aun, no quería morir tan pronto. No ansiaba la inmortalidad como él, sólo quería vivir un poco más… temí conocer lo que hay más allá de la muerte, dudé si en verdad quería morir. Le pregunté: “¿a qué lugar vamos en específico?” y él respondió: “no sé, tú dime.” Yo le dije: “tú eres el que sabe, tú dime…”
“No quiero decirlo, porque no quiero decir algo que te pueda ofender. Mejor tú dime y así sabemos si estamos en sintonía,” me respondió.  Sentí mucho frío, casi estaba temblando cuando le contesté: “Vamos a ir a un lugar donde sí se puede estar solos y hay mucha privacidad… y cobran por entrar.”
“Exacto” dijo finalmente, y me di cuenta de que estábamos frente a un hotel. No creo que sea muy recomendable que tu primer beso y tu primera vez sean el mismo día. Me asusté un poco, me reí como mecanismo de defensa y muy en mis adentros me indigné al pensar que él creyó que el sacrificio podía efectuarse tan fácilmente, que el crimen podía realizarse sin el mayor esfuerzo, que el juego podía terminar tan pronto, creo que me subestimó.
Yo conocía ese lugar, había pasado por ahí en otras ocasiones, por las tardes, cuando iba rumbo a mi clase. ¡Era tan extraño pensar que existía la posibilidad de conocer por dentro un lugar del que apenas me había percatado que era un hotel! (tal vez retome esta frase después como una metáfora).
Entre risas le dije: “No, creo que no. No es como que yo haga esto muy seguido,” (por no decir: “nunca en mi vida he hecho esto y no pienso hacerlo hoy”) Él me contestó: “Yo tampoco”, pero yo sé que sí. Entonces volvió a besarme, esta vez con más intensidad que antes, sentí que se volvió loco, sus brazos me aprisionaron pero yo no me resistí, su lengua recorrió mi cuello suavemente, me susurraba cosas al oído, no sé qué me decía, pero creo que casi me convence.
En fin, no acepté (de cualquier manera estaba en mis días, así que no podía jaja), estuve a un paso de entrar pero no lo hice (aunque ganas no me faltaban). No quiero morir así, quiero una trampa más ingeniosa, más siniestra, más difusa, no caer en un engaño cínico en el que la víctima y el verdugo se ponen sus respectivos disfraces y saben perfectamente que fingen que están fingiendo.
Sin embargo, desde entonces no puedo dejar de pensar en qué hubiera pasado si hubiera cruzado esa puerta que era el atajo más próximo para tocar fondo de inmediato, la muerte en un instante… esa que creo que ya sentí una vez. Todos los días me esfuerzo por recordar el delicado sabor de sus besos, por revivir el momento. Creo que mañana nos volveremos a ver.  El juego apenas ha comenzado, de mí depende cuánto dure la caída.

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