AGOSTO
2/08/2011
Cuando la desesperación llega a su apogeo dan muchas ganas
de lanzarse al vacío con la última esperanza de tocar fondo en algún momento.
Esto lo sé por Héctor.
La caída podría parecer eterna, pero en cuanto se tiene la
noción de que no se puede caer más bajo el miedo muere porque se sabe que ya no
queda nada que perder. Esto lo sé por Aldo… y es justo lo que yo estoy
buscando.
Matar la sensibilidad, matar la esperanza, matar el miedo al
fin. Jamás encontraré lo que busco, simplemente no es posible, así que ¿qué
diablos estoy esperando para lanzarme al vacío? Sólo quienes tocan fondo pueden
volver a nacer. Sin embargo, aun me queda la esperanza de al menos morir de
verdad.
Tengo la esperanza de que algún día mi esperanza muera: esa
es la verdadera muerte.
Siempre me cuidé de justo de este “él”, si no sabía todo, al
menos sí lo necesario para verlo como alguien peligroso. Después ella me dio
más información, la suficiente como para saber que con él todo se trata de un
juego, un reto, pura seducción.
Un seductor… esa figura siniestra de la que he huido durante tanto tiempo
y ahora buscaba con ansías para que fuera mi verdugo.
Él llegó a mí y yo llegué a él a partir de una extraña
casualidad que aparenta ser un destino, ¿o será un destino que aparenta ser una
casualidad? No lo sé, ya no me importa, es igual. Lo que me interesa es que
esta vez realmente sucedió algo que me ha acercado a la muerte. No me han
ahorcado, pero al fin yo misma me he atrevido a ponerme la soga al cuello.
Existe la posibilidad de que todo esto sea una trampa que yo
misma me he puesto. Apenas acabo de lanzarme al vacío. Muchos me llevan la
delantera, aunque empiezo a pensar que mi espera sí ha valido la pena. La
observación me ha ayudado a calcular mejor mis movimientos… ya casi puedo
predecir el futuro, ya siento a la verdadera muerte cerca.
Una parte de mi trató de alejarse de él, temí que las grietas de mi
corazón se volvieran a abrir y lo hicieran añicos. Afortunadamente logré
engañarme y sentí que ya no había lugar para más heridas. El dolor había
llegado a su punto máximo, ahora nada podría hacerme sufrir, mucho menos él.
¿Quién podría enamorarse de su verdugo? (o de quien al menos
pretende serlo) Bueno, acepto que el “síndrome de Estocolmo” es un mecanismo de
defensa, pero creo que la “identificación con el agresor temido” no es lo mío.
El tiempo dirá si todo esto es un autoengaño.
La inquisidora idea del “plato de segunda mesa” fue el
motivo que más me hizo resistirme, pero supongo que como en todo, siempre se
empieza desde abajo… además, en realidad no creo que él tenga un plato de
primera mesa. Él no es de esos que buscan el amor, él busca la inmortalidad… y yo la muerte con la tonta esperanza de
vida eterna.
Las primeras veces que me vi tentada me negué, sabía que
fuera lo que fuera iba a terminar mal. Sin embargo él insistió, a pesar de que
no sólo me alejé sino que intenté incomodarlo para que él mismo se alejara de
mí. Intenté hacerlo dudar sobre su apuesta, hacerlo pensar que no valdría la pena
jugar conmigo, que no sería divertido… pero él insistió.
Debo aceptar que la mayoría de las veces ni siquiera
necesito pensar en qué hacer para que los hombres se alejen de mí (puesto que
lo hacen por sí solos). Es por esto que me intrigó tanto que un seductor como
él se interesara precisamente en mí.
Yo: la eterna histérica, la inexperta, la mujer que no sabe ser mujer… de
alguna manera todos mis rasgos anti-seductores conjuraron un extraño encanto
que se convirtió en un desafío para él, fue así como comenzó el juego. No sé
quién empezó, no importa, ya no quiero que importe nada.
Esa noche que estuve a solas con él por primera vez descubrí
que hay algo mágico en la superficialidad de las personas, le da más
profundidad a lo profundo, prolonga el camino del pozo que parece sin fondo. La
línea que divide la verdad de las mentiras cada vez se hace más delgada, la
cara se funde con la máscara… ¿quién es él?, ¿su imagen? Su rostro es una hoja
en blanco donde mi imaginación puede desbordarse.
Hubo momentos en que lo desconocía y sentía miedo, pero luego lo reconocía
casi como si fuera una creación mía… un personaje de algún sueño. A veces
miraba a un completo extraño y otras miraba a un espejo que asentiría o negaría
algo sólo si yo lo hacía. Haría lo mismo que yo, pero en sentido contrario.
Sabía que su atención no era toda mía, sin embargo sentía
como si lo fuera. Sabía cuáles eran sus intenciones, pero de pronto sentí que
eran las mismas que las mías. Comencé a sentir los placeres del hermoso engaño,
a pesar de estar consciente de éste.
No hay mejor trampa que la que puede revertirse contra uno
mismo (de hecho, creo que eso puede suceder con todas las trampas). Aquí
estamos el que seduce sin tregua a la otra para no caer él mismo en la
seducción y la que hace como si estuviera seducida pensando que así podrá
engañar a la seducción misma. Él y yo jugando a jugar, el primer paso para
realmente caer al vacío.
Cuando él tomó mi mano y sentí su calidez fue cuando me di
cuenta de que ya había caído en mi propia trampa ¿a quién quiero engañar? La
ilusión de la trampa fue la que me liberó del miedo, por eso no temí expresarme
y me dejé llevar. “Todo esto es ficción”, me dije para alentarme. “Nada de lo
que suceda será de verdad”, el miedo era fingido, no era real. Hasta que despierte sabré que fingí que
fingía.
Caminamos de la mano, sin rumbo, en la obscuridad de las
calles y cada vez más deprisa. Sentí la emoción de precipitarme al vacío, ¡al
fin estaba cayendo!, ¡al fin me dejé caer! Él me preguntó: “¿a dónde quieres ir
ahora?” yo sólo le decía que no sabía, no quería contestar, tenía que seguir el
rumbo de la trampa. Por dentro yo sí sabía y sabía que él también, incluso supe
entonces que él sabía que yo sabía y quería que fuera yo misma quien le pidiera
llegar hasta el fondo del precipicio, pero ese no sería el crimen perfecto.
De pronto nos paramos, la caída se congelo, era su prueba para verificar
que yo sabía que estaba cayendo y que deseaba hacerlo. Él me besó.
Cuando lo sentí acercarse, por impulso me alejé, pero pronto
caí, sentí que eso era lo que había deseado todo ese día, incluso tal vez todo
este tiempo. Me paralicé, ¡no podía creer que en verdad eso estuviera
sucediendo! Sólo sentí su lengua y empecé a saborear el momento, cerré mis
ojos. Sé que él sabía lo que hacía aunque yo no entendía nada, ya no podía
pensar, ahora sí estaba cayendo de verdad.
No sé cómo ni en qué momento, pero mis manos ya estaban
rodeando su cuello y sentí cómo las suyas me rodeaban por la cintura y me acercaban
más a él. ¡Fue delicioso! Sentí que duró siglos, pero aun así yo quería más,
sentí que podía quedarme así para siempre. Nunca pensé que un beso fuera así,
no creo que haya quien supere esto, precisamente por esto me puse en las manos
de un peligroso experto.
No creo que el primer beso de la mayoría de la gente haya
sido tan genial como el mío. Debe ser horrible que esto suceda entre dos
inexpertos, me imagino la incomodidad en cada instante de un beso entre
quinceañeros (o gente aun más puberta).
Sí, tengo 21 años y acabo de vivir (y revivir) mi primer
beso, pero no me arrepiento de nada. Ahora puedo decir con orgullo que valió la
pena tanta espera, porque ese instante sí fue memorable. Mis respetos al
caballero: “el seductor de mis pesadillas”.
La verdad su beso fue tan perfecto que sentí mucha vergüenza
al pensar que él pudiera darse cuenta de que era mi primer beso. Yo soy una
novata y él todo un maestro… y sí, sigo cayendo al precipicio, cada vez más
abajo.
“Ahora, ¿qué se nos ocurre?” me preguntó él con los ojos aun
cerrados, yo no sabía qué decir, sólo se me ocurrió abrazarlo. Él me volvió a
tomar de la mano y me dijo: “ya sé, ¿quieres ir a un lugar donde podamos estar
los dos solitos sin que nadie nos moleste?” Sin pensarlo le dije que sí, fue
después cuando empecé a reflexionar qué lugar podría ser ese.
Retomamos el ritmo de la caída por las calles solitarias y
obscuras, ahora sí sentí miedo, no estaba lista para el sacrificio aun, no
quería morir tan pronto. No ansiaba la inmortalidad como él, sólo quería vivir
un poco más… temí conocer lo que hay más allá de la muerte, dudé si en verdad
quería morir. Le pregunté: “¿a qué lugar vamos en específico?” y él respondió:
“no sé, tú dime.” Yo le dije: “tú eres el que sabe, tú dime…”
“No quiero decirlo, porque no quiero decir algo que te pueda
ofender. Mejor tú dime y así sabemos si estamos en sintonía,” me
respondió. Sentí mucho frío, casi estaba
temblando cuando le contesté: “Vamos a ir a un lugar donde sí se puede estar
solos y hay mucha privacidad… y cobran por entrar.”
“Exacto” dijo finalmente, y me di cuenta de que estábamos
frente a un hotel. No creo que sea muy recomendable que tu primer beso y tu
primera vez sean el mismo día. Me asusté un poco, me reí como mecanismo de
defensa y muy en mis adentros me indigné al pensar que él creyó que el sacrificio
podía efectuarse tan fácilmente, que el crimen podía realizarse sin el mayor
esfuerzo, que el juego podía terminar tan pronto, creo que me subestimó.
Yo conocía ese lugar, había pasado por ahí en otras
ocasiones, por las tardes, cuando iba rumbo a mi clase. ¡Era tan
extraño pensar que existía la posibilidad de conocer por dentro un lugar del
que apenas me había percatado que era un hotel! (tal vez retome esta frase
después como una metáfora).
Entre risas le dije: “No, creo que no. No es como que yo
haga esto muy seguido,” (por no decir: “nunca en mi vida he hecho esto y no
pienso hacerlo hoy”) Él me contestó: “Yo tampoco”, pero yo sé que sí. Entonces volvió
a besarme, esta vez con más intensidad que antes, sentí que se volvió loco, sus
brazos me aprisionaron pero yo no me resistí, su lengua recorrió mi cuello
suavemente, me susurraba cosas al oído, no sé qué me decía, pero creo que casi
me convence.
En fin, no acepté (de cualquier manera estaba en mis días,
así que no podía jaja), estuve a un paso de entrar pero no lo hice (aunque
ganas no me faltaban). No quiero morir así, quiero una trampa más ingeniosa,
más siniestra, más difusa, no caer en un engaño cínico en el que la víctima y
el verdugo se ponen sus respectivos disfraces y saben perfectamente que fingen
que están fingiendo.
Sin embargo, desde entonces no puedo dejar de pensar en qué
hubiera pasado si hubiera cruzado esa puerta que era el atajo más próximo para
tocar fondo de inmediato, la muerte en un instante… esa que creo que ya sentí
una vez. Todos los días me esfuerzo por recordar el delicado sabor de sus
besos, por revivir el momento. Creo que mañana nos volveremos a ver. El juego apenas ha comenzado, de mí depende
cuánto dure la caída.
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