Me alegró pensar que este tiempo no sólo había sido largo
para mi, también él deseaba verme, tal vez tanto como yo a él. Entonces él notó
que seguía doliéndome y optó por acariciar mis labios, después sentí como sus
manos recorrían suavemente mis muslos, mi vientre, mis pechos y mi cabello,
casi con la punta de sus dedos. Esta vez estaba siendo muy delicado conmigo
(nada que ver con la vez pasada), notó como yo me excitaba y eso le excitó
también. Aunque de nuevo quería que yo le dijera algo, quería hacerme hablar.
“¿Te gusta?”
“Sí”
“¿Qué te gusta?”
“Todo”
Y esta es la parte en la que se asoma el “ego varonil”: “¿Te
gusta que te lo meta?”
Le contesté con un gemido intenso… no sé si provino del
placer mismo o del deseo de complacerlo con mi respuesta. El punto es que
necesitaba que le asegurara que el placer era mutuo para llegar al clímax.
“¡Ahhh, me voy a venir!, ¿Quieres que me venga?”
Le contesté que sí porque sabía que él ya no podía
contenerse, pero en realidad quería que se esperara un poco más antes de terminar
porque yo aun no había llegado a mi punto.
Cuando terminó cerró sus ojos y me dijo que estaba muy
cansado, que hoy se le había juntado todo el cansancio de la semana.
Evidentemente era su forma de disculparse porque no habría segunda ronda, pero
yo aun así quedé satisfecha. Cada minuto con él vale un recuerdo que lucho por
que permanezca intacto en mi memoria.
Esta vez besé su frente mientras con cuidado dejaba que su
pene saliera, después continué acariciando su cabello mientras seguía besando su
frente, sus labios, sus mejillas, su cuello, sus hombros, sus manos, lo que
tuviera a mi alcance. Todo esto con mucha suavidad y calma mientras él
descansaba un rato, estaba quietecito, tenía sus ojos cerrados, mientras yo lo
observaba y lo llenaba de caricias. Sentí que podía quedarme haciendo eso por
siempre, al fin se me había cumplido mi deseo de mirarlo dormir, ¡qué hermoso
se veía!
No me acuerdo cuándo se levantó, fue al baño a verificar que
todo hubiera salido bien y al salir y aun verme desnuda me dijo que nos
vistiéramos para regresarme “sana y salva a casa”. No sé ni qué camino tomó,
pero llegamos a mi casa, sin hablar mucho en el trayecto. Me dijo sin mirarme:
“Cualquier cosa, échame un grito.”, una frase que como todo lo coloquial podría
carecer de intención, sin embargo, yo sentí que en verdad estaba ofreciéndome
su apoyo incondicional… no sé si sea real, pero quiero creer que sí.
Después me dijo: “Nos hablamos prontito.”, me alegré de
saber que él también quería que fuera “prontito”, aunque no pude evitar pensar
en lo que Marenco hubiera dicho: “¿Me hablas o te hablo?”. Así que me despedí
con un coloquial y ausente de emociones: “Nos vemos, te cuidas”, el cual
arruiné al no poder evitar acariciar su rostro por última vez… fue un doble
mensaje.
Él ni siquiera volteó a verme, no tengo idea de lo que pensó
y mucho menos de lo que sintió. Salí del auto inmediatamente, aferrándome a la
sensación de satisfacción que tenía, llevando en mi piel su olor y su sabor,
fingiendo que no vi el asiento para bebé que había en la parte trasera del
coche.
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