domingo, 2 de diciembre de 2012

La primera noche



15/08/2011
Es difícil pensar que el 28 de julio fue mi primer beso y el 13 de agosto perdí mi virginidad, sólo hubo prácticamente una semana de por medio, bueno, exactamente 15 días eternos en los que el deseo creció sin medida y soñaba con al menos un instante de placer… necesitaba probar sus labios otra vez. La caída duró muy poco… ¿o será que nunca caí de verdad?
“¡Qué bueno que no te acostaste con él!” me decían mis amigos cuando les conté lo que sucedió aquel jueves. “Si lo hubieras hecho seguro te sentirías muy culpable y estarías más reprimida.” Ellos me conocen (o al menos me conocían) y dedujeron que yo no podría superar el rendirme ante mis impulsos… se equivocaron, porque hoy no existe nada que me llene más que eso. 
Debo aceptar que en mi decisión tuvo mucho que ver aquel idiota que lanza piedras y se oculta después, ese que cree saberlo todo pero en realidad no se atreve a mirarse frente al espejo, ese que me confunde con un animal, el que fue mi ilusión y luego me mató y se suicidó en un instante.
Él me desprecia porque sabe que nunca tendría el coraje para hacer lo que yo hice, porque las verdades que he descubierto lo hieren. Él sabe perfectamente como son las cosas, pero prefiere fingir que no… y no lo culpo.
Justo dos días antes de que eligiera acelerar mi caída al vacío, hablé con él de algunas cosas. Me di cuenta de que su inseguridad jamás lo dejará superar al “amor platónico”, ese que ya me provoca nauseas. Es irónico pensar que él mismo fue quien me hizo verificar la inexistencia de esas estupideces. Él cree en algo y al mismo tiempo él es la prueba de que ese algo no es posible.
También podría ser que yo soy la exagerada que lo culpa a él de mis desilusiones, pero esa ruptura con la fantasía no es motivo de tristeza sino de alegría, por lo tanto la culpa se ha transformado en agradecimiento.
Ahora empiezo a sentirme triste por él, porque aquellas a quienes él “ama” (necesidad de una ilusión que él mismo vuelve inalcanzable para que su vida no pierda sentido) no le corresponden y tal parece que nunca lo harán, lo cual sí es culpa suya aunque no creo que lo merezca… no creo que nadie merezca eso. Por si fuera poco yo ya tampoco lo amo, pero eso a mí sí me alegra.
Creo que de cualquier manera estamos a mano porque él piensa exactamente lo mismo de mi, le doy lástima, se entristece por lo que a mí me alegra y cree que he perdido mi “último rasgo de humanidad”… yo sólo le doy las gracias por eso.
Él no tiene ni idea de que precisamente él es uno de los motivos que me incitó a tocar fondo. Él me ayudó a destrozar el pequeño pensamiento que me impidió entrar al hotel con “el seductor de mis pesadillas” aquel jueves antes de regresar a clases.
“Mmm… entonces ¿ya no piensas guardarte hasta el matrimonio?”, me dijo “el que lanza piedras y luego se esconde”. Es difícil describir lo que sentí cuando emitió esa frase, indignación, coraje, impotencia. Casi podía escucharlo reírse de mí, se estaba burlando de uno de los principios más profundos e irracionales que aún conservaba. Por ende, también se burlaba del amor eterno, el destino, la maldita ilusión… estaba burlándose de mis sentimientos y de eso que yo sí estaba guardando justo para él hasta entonces.
“Jajajajaja, yo nunca me voy a casar, así que no.”, eso fue lo que respondí al instante y después lo reflexioné.  Una vez más llegó a mí la pregunta ¿entonces qué diablos estás esperando? Exacto, eso que yo creía que estaba esperando nunca llegó y cuando creí que llegó se atrevió a burlarse de mi espera y considerarla insignificante. No vale la pena esperar más… mucho menos esperarlo a él.
Recordemos que lo que me llevó a lanzarme al vacío fue una impotencia desgarradora y una extraña sensación de ansiedad. Estaba harta de que nunca pasara nada, de que la historia se repitiera en un ciclo monótono y enfermo, de no cambiar, de no superarme, de siempre resignarme, de siempre perder, de sentirme vacía, de sentirme triste, de sentirme sola, de sentirme despreciada y humillada por aquellos a quienes más quería y no lo merecían, de no sentirme deseada, de no sentirme “mujer” (aunque sea dentro de los términos que el patriarcado ha impuesto).
Por eso decidí que quería morir y esta vez no me avergonzaría ni me arrepentiría de nada. Sacaría a pasear a mi bestia interna para que devorara en una noche lo que sólo en sueños se había atrevido a probar… o para simplemente dejarse llevar, sin cuestionar nada, sin pensar en nada.
Fue así como entré al “lugar neutro” donde me entregué al “seductor de mis pesadillas”, ese que por lo menos sé que me deseaba tanto como yo a él, aunque fuera sólo en el aspecto carnal. ¡Por fin! ¡Reciprocidad! Nuestros cuerpos querían consumar un hermoso destino, había llegado mi hora y yo ya no podía resistir más.
Las cartas ya estaban sobre la mesa y sólo hacía falta partir, lo supe cuando él me dijo: “Vamos allá y que la vida decida ¿va?” Sentí pánico al pensar en el “sino” y le contesté: “La vida no decidirá, decidiré yo.” Aunque en realidad sentía que el juego estaba jugándose por sí solo y ya no dudaba que habría un movimiento que cambiaría las cosas para siempre, no sé si partió la vida o partí yo.
Es curioso que él haya querido llamarle al hotel “lugar neutro” ¿no es ese el lugar perfecto para iniciar una partida justa? Nada estaría a favor de nadie, sería sólo un cuarto en el que yo había puesto la ilusa regla de que nadie podría quitarse los pantalones. “¿Pero lo demás sí?”, me preguntó… yo le respondí que sí. Aun me esforzaba por fingir que me resistía al destino y que tenía el control, pero ¿el control de qué, si esto es sólo un juego?
Cuando cruzamos la puerta del hotel llegamos a un pasillo que apenas estaba alumbrado, sólo había un recepcionista detrás de una vitrina con una lista de precios pegada. Era un hombre anciano que cobraba y daba las llaves evitando hasta el más mínimo contacto visual. Después subimos unas escaleras alfombradas hasta llegar al cuarto piso, había tanto silencio que parecía que no había nadie en ningún cuarto.
Una vez dentro de nuestra habitación lo primero que él hizo fue cerrar las cortinas, luego sacamos nuestras bebidas de contrabando: un new mix y una viña real. Cada quien se sentó en una esquina de la cama a beber lo suyo, casi no hablamos.
El cuarto era pequeño, no había conexiones más que la de la televisión, en el suelo estaban apilados tres directorios telefónicos. Frente a la cama se encontraba el tocador donde había dos vasos envueltos en bolsas de plástico, una botella de agua y un cenicero. El baño era muy angosto, sólo había dos toallas blancas, tres jabones de tocador y una gorra de baño.
En la esquina de una de las paredes había una bocina que nos “deleitaba” con música grupera espantosa. Nunca supimos de dónde provenía, ni cómo hacer para quitarla. Lo peor era imaginar que había una de esas cosas en cada habitación. Afortunadamente llegó un momento en el que dejamos de escuchar ese “ruido” a pesar de que seguía emitiéndose.
La cama era lo que sobresalía del cuarto, se veía enorme aunque no creo que rebasara el tamaño matrimonial. Su detalle especial estaba en la iluminación y en el espejo del techo, todo lo necesario para verte a ti mismo en acción, no dudo que esa sea la fantasía de muchos… por lo menos sí era la mía.
Hasta que terminamos nuestra primer bebida fue que empezamos a besarnos ¡ya extrañaba tanto esos labios!, ¡esos besos largos y apasionados que no me dejan respirar! Ahora saboreaba sus labios aun más que la vez pasada. Una mordida se quedó en mi labio inferior hasta el día siguiente, fue la prueba de que esos besos habían sido reales. Necesitaba aferrarme a las marcas, a los signos, cualquier cosa que me indicara que había una significación en esto.
Esta vez las cosas iban mucho más rápido, él quería arrancarme la blusa y yo también quería quitármela, pero aun luchaba por “mantener el control”. Cuando menos me di cuenta él jaló mi blusa desde el escote y chupó uno de mis pezones. Ya no podía esperar más, así que le quité la playera a él primero (para sentir que todo estaba bajo control) y luego me quité la blusa y el bra por completo… después capté que ningún hombre hasta ahora había visto mis pechos desnudos, él es el primero. Él es el primero en todo.
De pronto sentí pudor, le pedí que apagara la luz pero él me dijo: “Te ves bien, ahora quítate los pantalones.” Yo le dije que no lo haría, que en eso no habíamos quedado… una vez más intentaba engañarme a mí misma. Entonces me pidió que le diera un beso, él ya estaba en la cama, así que me recosté encima de él para besarlo. Mientras, él tomo una de mis manos y la condujo a su entrepierna para que sintiera lo excitado que estaba. Después usó su tono de voz más suave, era como un susurro, dulce y claro.
“¿A qué le tienes miedo?”, me preguntó. Le dije que eran muchas cosas y que todas tenían que ver con las posibles consecuencias de lo que haríamos: enfermedades, embarazos no deseados, etc… no quise hablar de secuelas emocionales, aunque por mi mente pasó la frase: “Le tengo miedo a que después de esto tú jamás vuelvas a buscarme… aunque sé que así será.”
Intenté evadir ese pensamiento y terminé diciéndole que me daba miedo que me doliera mucho porque era mi primera vez. Él parecía muy comprensivo y me escuchaba atento mientras deslizaba suavemente sus dedos por mi espalda, mis hombros y mis brazos, yo sentía que me deshacía y al fin decidí quitarme los pantalones.
Después volví a colocarme encima de él y poco a poco sentí como una de sus manos se deslizó por mi vientre hasta meterse dentro de mi ropa interior. Tuve miedo y me alejé un poco para evitar que siguiera, pero su mano continuó su curso hasta tocar mi sexo húmedo, esto pareció excitarlo aun más. Ahora mis piernas ya estaban abriéndose.
“No pasa nada si lo haces con cuidado”, me dijo cuando notó mi nerviosismo. Su voz era tierna con un toque seductor irresistible. “Tranquila, yo te cuido”, dijo finalmente, y con esa frase sentí que me abrazó y que el miedo al fin se fue. Estaba lista para el sacrificio.
Me desnudé completamente mientras él se puso el condón y me dijo: “Suéltate el cabello, así se te ve más bonito”, fue así como el juego comenzó. Abrí mis piernas y él entró en mí al instante, sus movimientos eran muy rápidos, casi violentos, yo apenas podía moverme, me temblaban las piernas y no podía controlarlo, estaba muy tensa y me dolía mucho. Hubo momentos en que sentí que mis gemidos se transformaban en gritos, casi en llanto, sólo sus besos podían calmarme.     
La cama debe ser el mejor lugar para comprender el dualismo dolor-placer, esa extraña dependencia, correspondencia, reversibilidad entre esos dos términos. Hicimos cosas que yo nunca pensé que haría, no sé en qué momento perdí la vergüenza. Sentí mucho dolor al principio, a pesar de que él buscaba diferentes posiciones para no lastimarme, hasta perdí la cuenta de cuántas hicimos pero seguro fueron más de cuatro.
Cuando lo vi meter su lengua entre mis piernas me paralicé, no supe si tenía que abrirlas más o qué. Después me pidió que me volteara para penetrarme desde atrás, pero yo seguía muy tensa.  De pronto recordé la primera vez que vi pornografía, la verdad esto no era muy diferente… pero aun así me gustó. La bestia era libre esta noche.
A ratos sentía que hacía falta un sentimiento, pero esto no era hacer el amor, esto era sexo puro, así tenía que ser, era sólo una exigencia de nuestros cuerpos y nada más. No había suavidad en su tacto, me daba nalgadas, apretaba mis senos y mordía mis pezones, me penetraba como si estuviera apuñalándome, me estaba matando y aun así yo lo disfrutaba.    
“Dime algo”, me pedía. Yo no sabía qué decirle, mi mente estaba en blanco. ¿Debía ser algo tierno?, ¿algo poético?, ¿algo cachondo?, ¿algo obsceno?, ¿algo gracioso?, ¿algo random?, ¿algo sincero? Sincero, tal vez… aunque sinceramente no sabía qué sería sincero y saqué lo primero que pensé: “No sé, no sé qué decirte… ¿te quiero?” Casi lo arruino, no lo sé, creo que no me escuchó bien… eso espero. En vista de mi torpeza, él empezó a susurrarme cosas al oído.  
Me decía que le encantaba mi cabello y escuchar mis gemidos, decía que cuando me veía en las clases de doblaje se imaginaba que me penetraba y me preguntaba si yo también… yo no podía hablar. Tal vez más bien no quería hablar, no quería hacerle saber que yo también lo había deseado desde que lo vi. “¿Alguna vez te imaginaste que tú y yo íbamos a hacer esto?”, cuando dijo eso supe que la diferencia era que yo nunca me imaginé nada y él sí. Él siempre supo que existía la posibilidad… o el destino.
“Míranos”, me dijo. Entonces abrí los ojos y lo primero que vi fue el espejo del techo. Ahí estábamos nosotros, desnudos uno encima del otro. ¡No podía creerlo! ¡En verdad era yo! ¡En verdad era él! Mi propia imagen me juzgó desde lo alto con una cara de susto. Lo que vi me recordó al cartel publicitario de la película “Anti-Cristo”, pero esto era una cama y no el árbol del fruto prohibido rodeado de cadáveres femeninos… ¿o sí? Después de todo ¿cuántas mujeres además de mi no habrán venido a morir aquí?
Pronto volví a relajarme, ahora el parecido con esa imagen era algo excitante y no frustrante, un destino estaba consumándose. Desde arriba mi reflejo me guiñó el ojo, se alegraba de presenciar mi muerte y yo me alegraba de sentirlo a él sobre mí y dentro de mí. ¡Por fin estaba tocando fondo! Ahora ya no volverá a haber miedo ni dolor, no después de esto, ¡nunca más!
Después de permanecer un rato sobre la cama, “El seductor de mis pesadillas” se levantó para darse una ducha. Hasta entonces me di cuenta de que había sangre en mi ingle, el sacrificio estaba hecho y el destino consumado. Me vestí y esperé a que él saliera del baño.
Cuando salió estaba envuelto en una de las toallas blancas, luego se descubrió, su pene estaba erecto aun. Él se acercó a mí y supe que quería que lo tocara, no sé cómo ni por qué empecé a tocarlo, sólo sé que me dieron ganas de hacerlo. “Quítate la ropa otra vez”, me dijo con su mismo tono dulce y suave mientras jalaba mi blusa. Yo lo miré un tanto extrañada, aun me sentía adolorida y no podía creer que hubiera una “segunda ronda”… aunque no era mala idea. “Es la segunda, ya no te va a doler”, me insistió. Así que me desvestí mientras él se recostaba en la cama y me miraba.
“¿Tienes otro condón?”, le pregunté. “Sí, pero todavía no me lo voy a poner, primero vamos a hacer algo más”, fue entonces cuando me pidió que le hiciera sexo oral. Nunca pensé que alguna vez me fueran a dar ganas de hacer eso, pero extrañamente en ese momento se me antojó, su pene tenía buen aspecto y quise probarlo. El método era más difícil de lo que pensé, no resistía mucho tiempo, sentía que me ahogaba, pero lo disfrutaba.
Después me dijo: “¿Sabes qué es más rico? Si lo hacemos los dos al mismo tiempo.” Me sentí un poco apenada, pero al final sólo hice lo que él me pidió, por dentro yo también lo deseaba. Sentí que su lengua alcanzó a probar lo más profundo de mí, no podía dejar de gemir, no podía resistirlo, no podía concentrarme en probar su pene al mismo tiempo. Sé que el placer podía prolongarse, pero mi cuerpo ya no aguantaba más.
Sin embargo, ese no fue el momento más excitante de la noche, lo mejor para mí fue algo más simple pero justo lo que yo había deseado durante tanto tiempo. Me monté encima de él, ahora yo había tomado la iniciativa, su entrada ya no fue dolorosa así que me concentré en moverme para que diera en el punto exacto, todo era como una especie de danza.
Él se desarmó totalmente, se quedó quieto, de pronto noté que no podía dejar de mirarme, la expresión de su rostro me hizo saber que estaba embelesado con lo que veía, estaba como bajo un embrujo… yo lo había hechizado. Sus ojos estaban posados en mí como si estuvieran viendo algo que no se repetiría jamás. Mientras, sus manos acariciaban mi cabello y lo acomodaban como si todo fuera una escena a punto de ser pintada. Era la imagen de mí que él guardaría en su memoria.
Mis ojos se cerraron y mis gemidos eran muy suaves pero profundos. Escuché que él murmuraba cosas mientras me miraba extasiado pero no entendía qué decía, yo sólo me concentraba en moverme despacio y con intensidad. De repente, su voz subió levemente de tono, pero era más suave que nunca, pausada, con una delicadeza que no había escuchado antes, era la voz de un hombre rendido ante mis encantos, que dijo: “Te ves hermosa”.
Esa frase me hizo la noche, en ese instante sentí un escalofrío que recorrió mi espina dorsal y abrió mi pecho, ahora el placer estaba en todo mi cuerpo y no sólo en mi sexo, era el placer del ego. Fue una frase casi imperceptible, espontánea, inevitable, como si fuera algo que dijo sólo para sí pero que salió de su mente sin que él pudiera contenerse. Nadie me había dicho nunca eso. Él es el primero… el primero en todo.
Por primera vez en la vida me sentí realmente hermosa, mi cuerpo cobró sentido, cada parte de mí tenía una razón de ser. Ese extraño poder que nunca comprendí por más que analicé y que nunca pensé tener ¡al fin era mío! Supe que de ahora en adelante podría usarlo cuando quisiera, pues inclusive “el seductor de mis pesadillas” por un instante cayó bajo el dominio de mi irresistible encanto.
Me sentí bella, me sentí deseada, me sentí mujer. ¡Por fin me sentí mujer!   
Él enloqueció, sus movimientos se hicieron más rápidos y duros, sentía que apenas podía soportarlos. Sus manos parecían querer arrancarme los senos, mientras su lengua y la mía se encontraban. Después pasó su lengua por mis pezones, los besaba y los mordía. Ahora yo enloquecí, quería que me devorara entera.
Poco a poco nuestro ritmo bajó su velocidad, sólo recuerdo que en ese momento nos quedamos quietos uno sobre el otro y con su dedo índice él acarició el contorno de mi rostro, mi nariz y mis labios. De pronto, no sé cómo, su dedo ya estaba dentro de mi boca y yo lo chupaba sin pensar en nada. Fue algo tierno y a la vez perverso, recordé lo que decía Milan Kundera sobre ese asunto del dedo, “sólo las mujeres que aceptan chupar el dedo de un hombre son las que están dispuestas a cumplir todas sus fantasías.” 
Cuando terminamos me enseñó el condón y me dijo: “Mira, así queda.”, miré el semen que se encontraba en la punta del látex y me alegré de que eso no estuviera dentro de mí. Después me dijo que haría una prueba que siempre hacía para verificar que todo había salido bien, la cual consistía en llenar el condón de agua para ver si no tenía orificios o algo por donde pudiera salirse el líquido seminal.
Era un poco gracioso el hecho de que me daba explicaciones del cómo y el porqué de casi cada cosa que hacía, “Sí sabes por qué hice eso ¿no?”, “No voltees”, “Tú tranquila, todo está bien” eran algunas de las frases de mi paciente maestro. Recordé la ocasión en que le pregunté por qué las personas golpean las cajetillas de cigarros antes de abrirlas y la detallada explicación que me dio al respecto… sé que nadie más me lo hubiera explicado todo así. Él es el primero
Todo salió bien, “el seductor de mis pesadillas” volvió a acostarse en la cama, estaba un poco cansado, se veía hermoso. Hasta ese momento en que observé con más detenimiento sus ojos entreabiertos, me di cuenta de lo largas que son sus pestañas y de lo linda que es su mirada. Él siempre me pareció atractivo, pero ahora lo era aun más. Le pregunté si quería dormirse un rato, pero me dijo que no. Por alguna extraña razón sentí deseos de mirarlo dormir y acariciar su cabello… o tal vez inclusive de dormir con él por un momento, de abrazarlo y sentir su calor, de soñar y amanecer junto a él.
Tuve miedo de ese pensamiento así que me limité a acariciar sus brazos y su pecho, intentando no mostrar mucho interés… una vez más, tenía que continuar con la trampa. Sentí un cálido latido por dentro, pero lo ignoré.
Entonces comenzó la incomodidad, “¿Y qué piensas de lo que hicimos?”, me preguntó. ¿Qué?, ¿qué se supone que piense?, esto nunca se ha tratado de pensar, ¿por qué habríamos de reflexionar acerca de una acción motivada por un impulso libidinal?, ¿por qué tenemos que “hablar” de esto?, pensé.
Ahora “el seductor de mis pesadillas” parecía querer aclarar algo que por naturaleza es turbio y más vale que lo sea. “Yo siempre he pensado que lo más importante es la sinceridad.”, fue de ahí de donde él partió para exigirme que expresara si había involucrado sentimientos en esto… yo no quería emitir ni una sola palabra. Por fortuna, siempre existe la opción de “estar confundido” y esa fue mi defensa.
De pronto él ya estaba hablando de “relaciones” (no sexuales). “Hay gente a la que le gusta salir, conocerse, irse a tomar un café… pero para eso se necesita tiempo”, comenzó a explicar. ¿Y a qué diablos viene eso?, ¿En serio cree que si eso me hubiera interesado yo estaría desnuda junto a él en un cuarto de hotel? “Yo la verdad no siento que tenga tiempo para esas cosas…”, decía, mientras hablaba un poco de su ajetreada vida en el mundo del doblaje. Es evidente que el único compromiso serio en su vida es su trabajo, el ÚNICO.
“Yo estoy un poco decepcionada de todas esas cosas”, le dije. De alguna manera le expliqué que lo mío no eran las relaciones serias y que no me importaba eso porque no creía que fueran realmente posibles. No le dije que cada día me esforzaba por dejar de creer en el amor porque eso ya hubiera sido demasiada información, sería revelar toda esta estúpida trampa que ya no sabía ni qué diablos era ni para qué. Sólo acepté que alguna vez creí en “la virginidad hasta el matrimonio”, pero que evidentemente ya no creía en eso.
Él no me juzgó, parecía estar abierto a todo tipo de posibilidades de formas de pensar con respecto a las “relaciones” (sexuales y no estrictamente sexuales). Me dijo que él sí creía en “encontrar una pareja” (¿él?, ¿en serio?), pero que era algo difícil por cuestiones de tiempo, compartir amistades, entre otras cosas. De pronto me soltó un: “Por ejemplo, ahorita estoy saliendo con una chava que tiene un bebé y… sí es difícil.”
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¿QUÉ?!!!!!!!!!!!! Sí, ya lo sabía, es solo que me sorprendió que me lo dijera tan quitado de la pena. Yo siempre supe que había otra que sí era “la oficial”, aunque de pronto dudé la legitimidad de su título debido al “estamos saliendo” que él me dio a entender. Ahora mi hermosa trampa se estaba cayendo a pedazos, necesitaba seguir engañándome… ¿Qué no él y yo también estábamos saliendo? Sí, sigamos con la trampa.
Traté de cortar el tema de una vez por todas preguntándole: “¿Y cómo fue tu primera vez?”, sólo así pude crear en mi mente una imagen más clara del pasado del “seductor de mis pesadillas”, parecía que apenas estaba empezando a conocerlo. Después de todo, las personas en gran parte estamos hechas de recuerdos.
“Fue con una vecina, bueno, vivía como a dos cuadras de donde yo vivía. Era amiga de una chava a la que yo le gustaba, pero yo no le hacía mucho caso porque estaba muy metido en el futbol y esas cosas. Un día esta chava que te digo vino a mi casa y me dijo que yo le gustaba y así pasó. Yo tenía como 21 o 22 años.”
Justo a mi edad él también perdió su virginidad… qué extraño, qué curioso, ¡qué casualidad! Después de hablar un rato me preguntó qué quería hacer y le dije que ya nos fuéramos. Él volvió a bañarse y yo mientras me vestí.

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