15/08/2011
Es difícil pensar que el 28 de julio fue mi primer beso y el
13 de agosto perdí mi virginidad, sólo hubo prácticamente una semana de por
medio, bueno, exactamente 15 días eternos en los que el deseo creció sin medida
y soñaba con al menos un instante de placer… necesitaba probar sus labios otra
vez. La caída duró muy poco… ¿o será que nunca caí de verdad?
“¡Qué bueno que no te acostaste con él!” me decían mis
amigos cuando les conté lo que sucedió aquel jueves. “Si lo hubieras hecho
seguro te sentirías muy culpable y estarías más reprimida.” Ellos me conocen (o
al menos me conocían) y dedujeron que yo no podría superar el rendirme ante mis
impulsos… se equivocaron, porque hoy no existe nada que me llene más que eso.
Debo aceptar que en mi decisión tuvo mucho que ver aquel
idiota que lanza piedras y se oculta después, ese que cree saberlo todo pero en
realidad no se atreve a mirarse frente al espejo, ese que me confunde con un
animal, el que fue mi ilusión y luego me mató y se suicidó en un instante.
Él me desprecia porque sabe que nunca tendría el coraje para
hacer lo que yo hice, porque las verdades que he descubierto lo hieren. Él sabe
perfectamente como son las cosas, pero prefiere fingir que no… y no lo culpo.
Justo dos días antes de que eligiera acelerar mi caída al
vacío, hablé con él de algunas cosas. Me di cuenta de que su inseguridad jamás
lo dejará superar al “amor platónico”, ese que ya me provoca nauseas. Es
irónico pensar que él mismo fue quien me hizo verificar la inexistencia de esas
estupideces. Él cree en algo y al mismo tiempo él es la prueba de que ese algo
no es posible.
También podría ser que yo soy la exagerada que lo culpa a él
de mis desilusiones, pero esa ruptura con la fantasía no es motivo de tristeza
sino de alegría, por lo tanto la culpa se ha transformado en agradecimiento.
Ahora empiezo a sentirme triste por él, porque aquellas a
quienes él “ama” (necesidad de una ilusión que él mismo vuelve inalcanzable
para que su vida no pierda sentido) no le corresponden y tal parece que nunca
lo harán, lo cual sí es culpa suya aunque no creo que lo merezca… no creo que
nadie merezca eso. Por si fuera poco yo ya tampoco lo amo, pero eso a mí sí me
alegra.
Creo que de cualquier manera estamos a mano porque él piensa
exactamente lo mismo de mi, le doy lástima, se entristece por lo que a mí me
alegra y cree que he perdido mi “último rasgo de humanidad”… yo sólo le doy las
gracias por eso.
Él no tiene ni idea de que precisamente él es uno de los motivos que me
incitó a tocar fondo. Él me ayudó a destrozar el pequeño pensamiento que me
impidió entrar al hotel con “el seductor de mis pesadillas” aquel jueves antes
de regresar a clases.
“Mmm… entonces ¿ya no piensas guardarte hasta el
matrimonio?”, me dijo “el que lanza piedras y luego se esconde”. Es difícil describir
lo que sentí cuando emitió esa frase, indignación, coraje, impotencia. Casi
podía escucharlo reírse de mí, se estaba burlando de uno de los principios más
profundos e irracionales que aún conservaba. Por ende, también se burlaba del
amor eterno, el destino, la maldita ilusión… estaba burlándose de mis
sentimientos y de eso que yo sí estaba guardando justo para él hasta entonces.
“Jajajajaja, yo nunca me voy a casar, así que no.”, eso fue
lo que respondí al instante y después lo reflexioné. Una vez más llegó a mí la pregunta ¿entonces
qué diablos estás esperando? Exacto, eso que yo creía que estaba esperando
nunca llegó y cuando creí que llegó se atrevió a burlarse de mi espera y
considerarla insignificante. No vale la pena esperar más… mucho menos esperarlo
a él.
Recordemos que lo que me llevó a lanzarme al vacío fue una
impotencia desgarradora y una extraña sensación de ansiedad. Estaba harta de
que nunca pasara nada, de que la historia se repitiera en un ciclo monótono y
enfermo, de no cambiar, de no superarme, de siempre resignarme, de siempre
perder, de sentirme vacía, de sentirme triste, de sentirme sola, de sentirme
despreciada y humillada por aquellos a quienes más quería y no lo merecían, de
no sentirme deseada, de no sentirme “mujer” (aunque sea dentro de los términos
que el patriarcado ha impuesto).
Por eso decidí que quería morir y esta vez no me avergonzaría ni me
arrepentiría de nada. Sacaría a pasear a mi bestia interna para que devorara en
una noche lo que sólo en sueños se había atrevido a probar… o para simplemente
dejarse llevar, sin cuestionar nada, sin pensar en nada.
Fue así como entré al “lugar neutro” donde me entregué al
“seductor de mis pesadillas”, ese que por lo menos sé que me deseaba tanto como
yo a él, aunque fuera sólo en el aspecto carnal. ¡Por fin! ¡Reciprocidad!
Nuestros cuerpos querían consumar un hermoso destino, había llegado mi hora y
yo ya no podía resistir más.
Las cartas ya estaban sobre la mesa y sólo hacía falta
partir, lo supe cuando él me dijo: “Vamos allá y que la vida decida ¿va?” Sentí
pánico al pensar en el “sino” y le contesté: “La vida no decidirá, decidiré
yo.” Aunque en realidad sentía que el juego estaba jugándose por sí solo y ya
no dudaba que habría un movimiento que cambiaría las cosas para siempre, no sé
si partió la vida o partí yo.
Es curioso que él haya querido llamarle al hotel “lugar
neutro” ¿no es ese el lugar perfecto para iniciar una partida justa? Nada
estaría a favor de nadie, sería sólo un cuarto en el que yo había puesto la
ilusa regla de que nadie podría quitarse los pantalones. “¿Pero lo demás sí?”,
me preguntó… yo le respondí que sí. Aun me esforzaba por fingir que me resistía
al destino y que tenía el control, pero ¿el control de qué, si esto es sólo un
juego?
Cuando cruzamos la puerta del hotel llegamos a un pasillo
que apenas estaba alumbrado, sólo había un recepcionista detrás de una vitrina
con una lista de precios pegada. Era un hombre anciano que cobraba y daba las
llaves evitando hasta el más mínimo contacto visual. Después subimos unas
escaleras alfombradas hasta llegar al cuarto piso, había tanto silencio que
parecía que no había nadie en ningún cuarto.
Una vez dentro de nuestra habitación lo primero que él hizo
fue cerrar las cortinas, luego sacamos nuestras bebidas de contrabando: un new
mix y una viña real. Cada quien se sentó en una esquina de la cama a beber lo
suyo, casi no hablamos.
El cuarto era pequeño, no había conexiones más que la de la
televisión, en el suelo estaban apilados tres directorios telefónicos. Frente a
la cama se encontraba el tocador donde había dos vasos envueltos en bolsas de
plástico, una botella de agua y un cenicero. El baño era muy angosto, sólo
había dos toallas blancas, tres jabones de tocador y una gorra de baño.
En la esquina de una de las paredes había una bocina que nos
“deleitaba” con música grupera espantosa. Nunca supimos de dónde provenía, ni
cómo hacer para quitarla. Lo peor era imaginar que había una de esas cosas en
cada habitación. Afortunadamente llegó un momento en el que dejamos de escuchar
ese “ruido” a pesar de que seguía emitiéndose.
La cama era lo que sobresalía del cuarto, se veía enorme
aunque no creo que rebasara el tamaño matrimonial. Su detalle especial estaba
en la iluminación y en el espejo del techo, todo lo necesario para verte a ti
mismo en acción, no dudo que esa sea la fantasía de muchos… por lo menos sí era
la mía.
Hasta que terminamos nuestra primer bebida fue que empezamos
a besarnos ¡ya extrañaba tanto esos labios!, ¡esos besos largos y apasionados
que no me dejan respirar! Ahora saboreaba sus labios aun más que la vez pasada.
Una mordida se quedó en mi labio inferior hasta el día siguiente, fue la prueba
de que esos besos habían sido reales. Necesitaba aferrarme a las marcas, a los
signos, cualquier cosa que me indicara que había una significación en esto.
Esta vez las cosas iban mucho más rápido, él quería
arrancarme la blusa y yo también quería quitármela, pero aun luchaba por
“mantener el control”. Cuando menos me di cuenta él jaló mi blusa desde el
escote y chupó uno de mis pezones. Ya no podía esperar más, así que le quité la
playera a él primero (para sentir que todo estaba bajo control) y luego me
quité la blusa y el bra por completo… después capté que ningún hombre hasta
ahora había visto mis pechos desnudos, él es el primero. Él es el primero en
todo.
De pronto sentí pudor, le pedí que apagara la luz pero él me
dijo: “Te ves bien, ahora quítate los pantalones.” Yo le dije que no lo haría,
que en eso no habíamos quedado… una vez más intentaba engañarme a mí misma.
Entonces me pidió que le diera un beso, él ya estaba en la cama, así que me
recosté encima de él para besarlo. Mientras, él tomo una de mis manos y la
condujo a su entrepierna para que sintiera lo excitado que estaba. Después usó
su tono de voz más suave, era como un susurro, dulce y claro.
“¿A qué le tienes miedo?”, me preguntó. Le dije que eran
muchas cosas y que todas tenían que ver con las posibles consecuencias de lo
que haríamos: enfermedades, embarazos no deseados, etc… no quise hablar de
secuelas emocionales, aunque por mi mente pasó la frase: “Le tengo miedo a que
después de esto tú jamás vuelvas a buscarme… aunque sé que así será.”
Intenté evadir ese pensamiento y terminé diciéndole que me
daba miedo que me doliera mucho porque era mi primera vez. Él parecía muy
comprensivo y me escuchaba atento mientras deslizaba suavemente sus dedos por
mi espalda, mis hombros y mis brazos, yo sentía que me deshacía y al fin decidí
quitarme los pantalones.
Después volví a colocarme encima de él y poco a poco sentí
como una de sus manos se deslizó por mi vientre hasta meterse dentro de mi ropa
interior. Tuve miedo y me alejé un poco para evitar que siguiera, pero su mano
continuó su curso hasta tocar mi sexo húmedo, esto pareció excitarlo aun más. Ahora
mis piernas ya estaban abriéndose.
“No pasa nada si lo haces con cuidado”, me dijo cuando notó
mi nerviosismo. Su voz era tierna con un toque seductor irresistible. “Tranquila, yo te cuido”, dijo
finalmente, y con esa frase sentí que me abrazó y que el miedo al fin se fue. Estaba
lista para el sacrificio.
Me desnudé completamente mientras él se puso el condón y me
dijo: “Suéltate el cabello, así se te ve más bonito”, fue así como el juego
comenzó. Abrí mis piernas y él entró en mí al instante, sus movimientos eran
muy rápidos, casi violentos, yo apenas podía moverme, me temblaban las piernas
y no podía controlarlo, estaba muy tensa y me dolía mucho. Hubo momentos en que
sentí que mis gemidos se transformaban en gritos, casi en llanto, sólo sus
besos podían calmarme.
La cama debe ser el mejor lugar para comprender el dualismo
dolor-placer, esa extraña dependencia, correspondencia, reversibilidad entre
esos dos términos. Hicimos cosas que yo nunca pensé que haría, no sé en qué
momento perdí la vergüenza. Sentí mucho dolor al principio, a pesar de que él
buscaba diferentes posiciones para no lastimarme, hasta perdí la cuenta de
cuántas hicimos pero seguro fueron más de cuatro.
Cuando lo vi meter su lengua entre mis piernas me paralicé,
no supe si tenía que abrirlas más o qué. Después me pidió que me volteara para
penetrarme desde atrás, pero yo seguía muy tensa. De pronto recordé la primera vez que vi
pornografía, la verdad esto no era muy diferente… pero aun así me gustó. La
bestia era libre esta noche.
A ratos sentía que hacía falta un sentimiento, pero esto no
era hacer el amor, esto era sexo puro, así tenía que ser, era sólo una
exigencia de nuestros cuerpos y nada más. No había suavidad en su tacto, me
daba nalgadas, apretaba mis senos y mordía mis pezones, me penetraba como si
estuviera apuñalándome, me estaba matando y aun así yo lo disfrutaba.
“Dime algo”, me pedía. Yo no sabía qué decirle, mi mente
estaba en blanco. ¿Debía ser algo tierno?, ¿algo poético?, ¿algo cachondo?, ¿algo
obsceno?, ¿algo gracioso?, ¿algo random?, ¿algo sincero? Sincero, tal vez…
aunque sinceramente no sabía qué sería sincero y saqué lo primero que pensé:
“No sé, no sé qué decirte… ¿te quiero?” Casi lo arruino, no lo sé, creo que no
me escuchó bien… eso espero. En vista de mi torpeza, él empezó a susurrarme
cosas al oído.
Me decía que le encantaba mi cabello y escuchar mis gemidos,
decía que cuando me veía en las clases de doblaje se imaginaba que me penetraba
y me preguntaba si yo también… yo no podía hablar. Tal vez más bien no quería
hablar, no quería hacerle saber que yo también lo había deseado desde que lo vi.
“¿Alguna vez te imaginaste que tú y yo íbamos a hacer esto?”, cuando dijo eso
supe que la diferencia era que yo nunca me imaginé nada y él sí. Él siempre
supo que existía la posibilidad… o el destino.
“Míranos”, me dijo. Entonces abrí los ojos y lo primero que
vi fue el espejo del techo. Ahí estábamos nosotros, desnudos uno encima del
otro. ¡No podía creerlo! ¡En verdad era yo! ¡En verdad era él! Mi propia imagen
me juzgó desde lo alto con una cara de susto. Lo que vi me recordó al cartel
publicitario de la película “Anti-Cristo”, pero esto era una cama y no el árbol
del fruto prohibido rodeado de cadáveres femeninos… ¿o sí? Después de todo
¿cuántas mujeres además de mi no habrán venido a morir aquí?
Pronto volví a relajarme, ahora el parecido con esa imagen era algo
excitante y no frustrante, un destino estaba consumándose. Desde arriba mi
reflejo me guiñó el ojo, se alegraba de presenciar mi muerte y yo me alegraba
de sentirlo a él sobre mí y dentro de mí. ¡Por fin estaba tocando fondo! Ahora
ya no volverá a haber miedo ni dolor, no después de esto, ¡nunca más!
Después de permanecer un rato sobre la cama, “El seductor de
mis pesadillas” se levantó para darse una ducha. Hasta entonces me di cuenta de
que había sangre en mi ingle, el sacrificio estaba hecho y el destino
consumado. Me vestí y esperé a que él saliera del baño.
Cuando salió estaba envuelto en una de las toallas blancas,
luego se descubrió, su pene estaba erecto aun. Él se acercó a mí y supe que
quería que lo tocara, no sé cómo ni por qué empecé a tocarlo, sólo sé que me
dieron ganas de hacerlo. “Quítate la ropa otra vez”, me dijo con su mismo tono
dulce y suave mientras jalaba mi blusa. Yo lo miré un tanto extrañada, aun me
sentía adolorida y no podía creer que hubiera una “segunda ronda”… aunque no era
mala idea. “Es la segunda, ya no te va a doler”, me insistió. Así que me
desvestí mientras él se recostaba en la cama y me miraba.
“¿Tienes otro condón?”, le pregunté. “Sí, pero todavía no me
lo voy a poner, primero vamos a hacer algo más”, fue entonces cuando me pidió
que le hiciera sexo oral. Nunca pensé que alguna vez me fueran a dar ganas de
hacer eso, pero extrañamente en ese momento se me antojó, su pene tenía buen
aspecto y quise probarlo. El método era más difícil de lo que pensé, no
resistía mucho tiempo, sentía que me ahogaba, pero lo disfrutaba.
Después me dijo: “¿Sabes qué es más rico? Si lo hacemos los
dos al mismo tiempo.” Me sentí un poco apenada, pero al final sólo hice lo que
él me pidió, por dentro yo también lo deseaba. Sentí que su lengua alcanzó a
probar lo más profundo de mí, no podía dejar de gemir, no podía resistirlo, no
podía concentrarme en probar su pene al mismo tiempo. Sé que el placer podía
prolongarse, pero mi cuerpo ya no aguantaba más.
Sin embargo, ese no fue el momento más excitante de la noche,
lo mejor para mí fue algo más simple pero justo lo que yo había deseado durante
tanto tiempo. Me monté encima de él, ahora yo había tomado la iniciativa, su
entrada ya no fue dolorosa así que me concentré en moverme para que diera en el
punto exacto, todo era como una especie de danza.
Él se desarmó totalmente, se quedó quieto, de pronto noté que no podía
dejar de mirarme, la expresión de su rostro me hizo saber que estaba embelesado
con lo que veía, estaba como bajo un embrujo… yo lo había hechizado. Sus ojos
estaban posados en mí como si estuvieran viendo algo que no se repetiría jamás.
Mientras, sus manos acariciaban mi cabello y lo acomodaban como si todo fuera
una escena a punto de ser pintada. Era la imagen de mí que él guardaría en su
memoria.
Mis ojos se cerraron y mis gemidos eran muy suaves pero
profundos. Escuché que él murmuraba cosas mientras me miraba extasiado pero no
entendía qué decía, yo sólo me concentraba en moverme despacio y con intensidad.
De repente, su voz subió levemente de tono, pero era más suave que nunca,
pausada, con una delicadeza que no había escuchado antes, era la voz de un
hombre rendido ante mis encantos, que dijo: “Te ves hermosa”.
Esa frase me hizo la noche, en ese instante sentí un escalofrío que
recorrió mi espina dorsal y abrió mi pecho, ahora el placer estaba en todo mi
cuerpo y no sólo en mi sexo, era el placer del ego. Fue una frase casi
imperceptible, espontánea, inevitable, como si fuera algo que dijo sólo para sí
pero que salió de su mente sin que él pudiera contenerse. Nadie me había dicho
nunca eso. Él es el primero… el primero en todo.
Por primera vez en la vida me sentí realmente hermosa, mi
cuerpo cobró sentido, cada parte de mí tenía una razón de ser. Ese extraño
poder que nunca comprendí por más que analicé y que nunca pensé tener ¡al fin
era mío! Supe que de ahora en adelante podría usarlo cuando quisiera, pues
inclusive “el seductor de mis pesadillas” por un instante cayó bajo el dominio
de mi irresistible encanto.
Me sentí bella, me sentí deseada, me sentí mujer. ¡Por fin
me sentí mujer!
Él enloqueció, sus movimientos se hicieron más rápidos y
duros, sentía que apenas podía soportarlos. Sus manos parecían querer arrancarme
los senos, mientras su lengua y la mía se encontraban. Después pasó su lengua
por mis pezones, los besaba y los mordía. Ahora yo enloquecí, quería que me
devorara entera.
Poco a poco nuestro ritmo bajó su velocidad, sólo recuerdo
que en ese momento nos quedamos quietos uno sobre el otro y con su dedo índice
él acarició el contorno de mi rostro, mi nariz y mis labios. De pronto, no sé
cómo, su dedo ya estaba dentro de mi boca y yo lo chupaba sin pensar en nada.
Fue algo tierno y a la vez perverso, recordé lo que decía Milan Kundera sobre
ese asunto del dedo, “sólo las mujeres que aceptan chupar el dedo de un hombre
son las que están dispuestas a cumplir todas sus fantasías.”
Cuando terminamos me enseñó el condón y me dijo: “Mira, así
queda.”, miré el semen que se encontraba en la punta del látex y me alegré de
que eso no estuviera dentro de mí. Después me dijo que haría una prueba que
siempre hacía para verificar que todo había salido bien, la cual consistía en
llenar el condón de agua para ver si no tenía orificios o algo por donde
pudiera salirse el líquido seminal.
Era un poco gracioso el hecho de que me daba explicaciones
del cómo y el porqué de casi cada cosa que hacía, “Sí sabes por qué hice eso
¿no?”, “No voltees”, “Tú tranquila, todo está bien” eran algunas de las frases
de mi paciente maestro. Recordé la ocasión en que le pregunté por qué las
personas golpean las cajetillas de cigarros antes de abrirlas y la detallada
explicación que me dio al respecto… sé que nadie más me lo hubiera explicado
todo así. Él es el primero
Todo salió bien, “el seductor de mis pesadillas” volvió a acostarse en la
cama, estaba un poco cansado, se veía hermoso. Hasta ese momento en que observé
con más detenimiento sus ojos entreabiertos, me di cuenta de lo largas que son
sus pestañas y de lo linda que es su mirada. Él siempre me pareció atractivo,
pero ahora lo era aun más. Le pregunté si quería dormirse un rato, pero me dijo
que no. Por alguna extraña razón sentí deseos de mirarlo dormir y acariciar su
cabello… o tal vez inclusive de dormir con él por un momento, de abrazarlo y
sentir su calor, de soñar y amanecer junto a él.
Tuve miedo de ese pensamiento así que me limité a acariciar
sus brazos y su pecho, intentando no mostrar mucho interés… una vez más, tenía
que continuar con la trampa. Sentí un cálido latido por dentro, pero lo ignoré.
Entonces comenzó la incomodidad, “¿Y qué piensas de lo que
hicimos?”, me preguntó. ¿Qué?, ¿qué se supone que piense?, esto nunca se ha
tratado de pensar, ¿por qué habríamos de reflexionar acerca de una acción
motivada por un impulso libidinal?, ¿por qué tenemos que “hablar” de esto?,
pensé.
Ahora “el seductor de mis pesadillas” parecía querer aclarar
algo que por naturaleza es turbio y más vale que lo sea. “Yo siempre he pensado
que lo más importante es la sinceridad.”, fue de ahí de donde él partió para
exigirme que expresara si había involucrado sentimientos en esto… yo no quería
emitir ni una sola palabra. Por fortuna, siempre existe la opción de “estar
confundido” y esa fue mi defensa.
De pronto él ya estaba hablando de “relaciones” (no
sexuales). “Hay gente a la que le gusta salir, conocerse, irse a tomar un café…
pero para eso se necesita tiempo”, comenzó a explicar. ¿Y a qué diablos viene
eso?, ¿En serio cree que si eso me hubiera interesado yo estaría desnuda junto
a él en un cuarto de hotel? “Yo la verdad no siento que tenga tiempo para esas
cosas…”, decía, mientras hablaba un poco de su ajetreada vida en el mundo del
doblaje. Es evidente que el único compromiso serio en su vida es su trabajo, el
ÚNICO.
“Yo estoy un poco decepcionada de todas esas cosas”, le
dije. De alguna manera le expliqué que lo mío no eran las relaciones serias y
que no me importaba eso porque no creía que fueran realmente posibles. No le dije
que cada día me esforzaba por dejar de creer en el amor porque eso ya hubiera
sido demasiada información, sería revelar toda esta estúpida trampa que ya no
sabía ni qué diablos era ni para qué. Sólo acepté que alguna vez creí en “la
virginidad hasta el matrimonio”, pero que evidentemente ya no creía en eso.
Él no me juzgó, parecía estar abierto a todo tipo de
posibilidades de formas de pensar con respecto a las “relaciones” (sexuales y
no estrictamente sexuales). Me dijo que él sí creía en “encontrar una pareja”
(¿él?, ¿en serio?), pero que era algo difícil por cuestiones de tiempo,
compartir amistades, entre otras cosas. De pronto me soltó un: “Por ejemplo,
ahorita estoy saliendo con una chava que tiene un bebé y… sí es difícil.”
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¿QUÉ?!!!!!!!!!!!! Sí, ya lo sabía, es solo que
me sorprendió que me lo dijera tan quitado de la pena. Yo siempre supe que
había otra que sí era “la oficial”, aunque de pronto dudé la legitimidad de su
título debido al “estamos saliendo” que él me dio a entender. Ahora mi hermosa
trampa se estaba cayendo a pedazos, necesitaba seguir engañándome… ¿Qué no él y
yo también estábamos saliendo? Sí, sigamos con la trampa.
Traté de cortar el tema de una vez por todas preguntándole:
“¿Y cómo fue tu primera vez?”, sólo así pude crear en mi mente una imagen más
clara del pasado del “seductor de mis pesadillas”, parecía que apenas estaba
empezando a conocerlo. Después de todo, las personas en gran parte estamos
hechas de recuerdos.
“Fue con una vecina, bueno, vivía como a dos cuadras de
donde yo vivía. Era amiga de una chava a la que yo le gustaba, pero yo no le
hacía mucho caso porque estaba muy metido en el futbol y esas cosas. Un día
esta chava que te digo vino a mi casa y me dijo que yo le gustaba y así pasó. Yo
tenía como 21 o 22 años.”
Justo a mi edad él también perdió su virginidad… qué
extraño, qué curioso, ¡qué casualidad! Después de hablar un rato me preguntó
qué quería hacer y le dije que ya nos fuéramos. Él volvió a bañarse y yo
mientras me vestí.
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