jueves, 22 de agosto de 2013

Una entrada sin título es un paréntesis automático.

Me recuerdo justo ayer haciendo un berrinche en el diván mientras mis lágrimas se escurrían hasta llegar a mis oídos. Estaba intentando explicarle a Mercedes el coraje y la impotencia que me da sentirme atada a la voluntad de otros. Para mí, eso es la infancia. Es ese momento en que no puedes decidir por ti.

No estoy pensando en no poder ir al baño solo, ni en cuestiones fisiológicas. Estoy pensando en una etapa más avanzada, cuando te das cuenta de que a pesar de que ya controles tu cuerpo no puedes controlar tu vida.

No puedes decir lo que quieras, ni ir a donde quieras, ni comer lo que quieras, ni ver lo que quieras, ni salir cuando quieras. No hay momento en que tu vida esté más limitada que la infancia. En todas partes hay reglas, en todas partes hay límites, en todas partes hay prohibición.

Claro que todo esto lo expresé en terapia a partir de una patética anécdota que ni siquiera expliqué con detalle. La escena se desenvolvía en uno de esos viajes con congregaciones cristianas que a mis papás siempre les encantaron y que yo siempre odié. No eran unas vacaciones familiares, eran las vacaciones más incómodas del mundo porque ahí más que en cualquier otro lado tenía que portarme bien. 

No sabría definir objetivamente qué diablos es "portarse bien", era de esas cosas que "sólo dios sabe" y que precisamente por eso te hacen sentir que estás bajo el juicio perpetuo de ese ente omnipresente. Pero quién sabe quien sea dios, ni que sea lo que le agrada y lo que no le agrada porque al final quienes te vigilan son ellos, quienes te juzgan son ellos, a quienes tienes que obedecer es a ellos. Portarte bien es someterte a la voluntad de los otros. Eso le agrada a dios... 

Tal vez ellos son dios.

Ayer relaté específicamente una ocasión en la que fuimos a una comunidad muy pobre, con gente muy pobre y casas muy pobres, y todo muy pobre. Jamás entendí por qué esas eran "vacaciones". Mi idea de "vacaciones" era ir a divertirse y descansar en un lugar paradisíaco sólo con mi familia, pero estos viajes eran todo lo contrario. Yo estaba con mis padres, pero era como no estar con ellos porque todo se centraba en la convivencia con los demás y no entre nosotros.

Los lugares a los que íbamos siempre eran horribles. No dormíamos en hoteles, sino en casas de otros "hermanos cristianos", lo cual siempre es incómodo porque siempre me sentía como una intrusa y además me sentía con la obligación de entender las reglas de su casa y su familia para seguirlas. No quería hablar ni hacer nada porque siempre existía la posibilidad de equivocarme y ser juzgada y evidenciada por todos, lo cual no sólo me avergonzaría a mí, sino también a mis padres. 

Tal vez soy muy egoísta, pero no entendía por qué teníamos que ir a lugares tan feos. No me molestaba tener que regalarles cosas a las personas pobres, o a los niños de la calle, o a los hijos de los presos, sólo me molestaba tener que ir ahí. ¿Por qué tenía que convivir con ellos? Cada ambiente nuevo, cada cosa extraña implicaba que tenía que adaptarme a nuevas reglas y que tenía que obedecerlas igual que siempre, por más que mi voluntad fuera otra.

Mi malestar es muy simple, ¿por qué tenía que estar en un lugar en donde no quería estar? Era una niña, esa es la infancia. No es lo que tú quieras es lo que los adultos quieran y ellos deciden por ti. No puedes escapar porque eres una niña y tienes que obedecer porque a dios le agrada.

Nunca olvidaré ese día en el que "por educación" mi mamá me dijo que tenía que comerme un plato de arroz que me sirvieron en aquella casa "humilde", ya que mi mamá suele usar esa palabra como eufemismo de pobre. Era un plato enorme, gigantesco, yo sentía como si fuera una cazuela en lugar de un plato. Estaba repleto de arroz muy esponjado, era arroz rojo pero tenía una tonalidad más bien rosácea, parecida al color del vómito. El aspecto era horrible, pero el sabor era peor. Lo habían cocinado en esas estufas de petróleo y sabía justo a eso. Mi mamá me obligó a comérmelo todo y así lo hice y no vomité.

Otros padres no obligaron a sus hijos a comérselo...

En otra ocasión nos quedamos en casa de un pastor cristiano que era muy amable, pero que después me cayó mal. Nos ofrecía varias cosas de comer a todos, pero generalmente cada que me ofrecía algo yo le contestaba "No, gracias" porque no se me antojaba probar lo que me ofrecía en ese momento, así de simple. El punto es que el tipo empezó a insinuar que yo "le estaba haciendo el feo" y se tomó personal algo que había sido la respuesta más normal e incluso más educada que se me había ocurrido.

Fue entonces que mi mamá , en privado, me regañó y me dijo que estaba mal que hubiera negado tantas veces lo que él me había ofrecido y que la próxima vez que él me ofreciera algo tenía que decirle que sí aunque no quisiera. 

Recuerdo lo enojada que me sentí entonces, pero supe que tenía que contenerme y obedecer, siempre obedecer. ¿Por qué diablos tenía que aceptar algo que no quería sólo por darle gusto a alguien? ¿Por qué no podía decir que no? Me da tanta rabia todo esto que no puedo evitar llorar incluso ahorita por algo así de estúpido.

Es que no entiendo por qué siempre ha sido así , por qué siempre tengo que hacer lo que otros quieren, por qué tengo que complacerlos a todos, por qué tienen que decidir por mí. ¡¡¡Los odio tanto!!! Odio a la gente, odio a "el otro", odio a la colectividad que siempre tengo que respetar porque siempre son más que yo, odio tener que sacrificar mi voluntad por el bienestar de alguien más, odio que "el otro" siempre sea más valioso que yo y siempre pase por encima de mí.

Pero todo esto lo estoy relatando por una razón. Hoy algo nuevo se activó en mí y me hizo entender algo que tengo que escribir. Después de mis rabietas sobre los trabajos en equipo y cómo nunca me he sentido conforme con lo que he hecho colectivamente, pensé en ese trabajo individual culminante en donde he sembrado tantas expectativas: la tesis.

La tesis para mí no es un requisito para la titulación, yo la veo más bien como una oportunidad. Cuando la cómoda vida de estudiante se acabe, tendré que someterme completamente a las voluntades de nuevas personas para poder sobrevir. Así de trágico lo veo. La tesis es mi última oportunidad (tal vez la única) para dedicarme incansablemente, aunque sea durante algunos meses, a lo que yo quiera.

Nada de equipos, ningún otro tendrá que opinar, es MI tema. Es mi oportunidad para responderme una pregunta íntima, esa que siempre he tenido y nunca me he podido responder, y dedicarme con todas mis fuerzas a encontrar la respuesta. La tesis es el regalo de la universidad para mí, no el título.

Ese tiempo de ocio aprovechado para generar conocimiento es lo mejor que la universidad nos puede dar. Mi crecimiento personal está ahí, esa es la prueba de fuego, ese es el reto por superar para realmente graduarse, para realmente sentir que se ha pasado a otro nivel. Quiero saber qué es lo que me trajo hasta aquí y por qué.
       
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario